Susana Macaya es una destacada artista plástica Argentina, dedicada casi por completo y con todo éxito en los empinados, exigentes y absorbentes terrenos de la acuarela, arte riguroso al máximo, pues no tolera imperfección técnica alguna. Susana Macaya entrega su obra repartida en tres grandes temas principales: Uno, la criatura reaccionando finalmente ante el avance de la tecnología, y haciendo de si un elemento fundamental de la naturaleza, en sus manos, captada en hermosisimos paisajes. Dos, nos revela de que manera gradual y tierna, se va desarrollando la vida vegetal, y tercero y ultiman cuidada - y con hondo sentido espiritual -interpretación del eterno contrapunto entre el Yin y el Yang, los dos principios rectores sin cuyo esoterismo y sin cuya magia caeríamos en la confusión y el caos, todo expresado con sensibilidad, altos valores artísticos y cada vez mas fresca y renovada inspiración. Tal vez antes de comenzar los trabajos de Susana Macaya, vinculada a la familia de ese Macaya, su suegro, el valiente y a la vez lírico pintor nuestro; convendría refrescar, a todos aquellos que lo hayan olvidadoo que la tengan por un “arte menor”; que las técnicas de aplicación y corporización de la acuarela, que tienen en Susana Macaya, a una distinguida representante. Se cuentan, junto con las del pastel, entre las más difíciles, inflexibles y serias de nuetras artes visuales; no perdonan el menor error, ni falla, ni inexactitud. Y vistas las admirables obras de Susana Macaya, se comprende que ella también lo siente y lo pone en práctica así. Lo corriente de sus aguas artísticas, muy importante, podría dividirse en tres afluentes muy significativos, que contribuyen a deslizarse por el cauce común, pero tan original de la inspiración artística. Se hace mención ya, para expresar que son invariablemente perfectos en sus diseños, sus formas, su color y la organización de los cuadros, todo cuanto permite legítimamente llamarlos cumplida obra de arte. La primera de las certientes que nombro líneas más arriba, equivale a la saludable reacción de la criatura frente al gradual avasallamiento de lo tecnológico. Ecología, lo llaman algunos. Pero Susana Macaya no vacila en asir al potente toro por las astas, y nos va mostrando, en vistas que reflejan rincones de nuestro Delta, o fragmentos semisalvajes de la costa uruguaya, cuanto razón tenía el filósofo francés J.P. Sartre cuando decía “que para que la naturaleza (descubierta en general por las artes afines del siglo XVII y comienzos del XVIIII) se convirtiese en paisaje, sólo era necesario que frente a ella se ubicase un contemplador”. Contempladora, pues y de las de más alta alcurnia, viene a ser Susana Macaya. Otro tema que la atrae fuertemente y que no está del todo desvinculado del anterior es observar como nacen y se desarrollan los árboles, en sus pasos iniciales en este mundo nuestro, que tan a menudo lo olvidan, no como ella, que sabe verlos como las primeras, balbucientes sílabas de una poesía que mañana será fuerte, lozana y hasta estratégica. Por último, y combinando en parte las técnicas, respondiendo a esa dicotomía espíritu-materia que la artista ha manifestado en toda su producción. Interpretaciones hermosísimas, muy valiosas así en sus líneas como en sus matices, de los distintos y todavía a veces esotéricos mensajes del Yin y Yang. Cielo y tierra que se tocan, se rozan y hasta llegando el momento propicio se abrazan, para cerciorarnos de que estamos hechos por igual de alma y de la que es su nombre, de materia angélica y de la que es su oposición demoníaca; pero llamados al bien, a la concordia, a la felicidad y a la paz. Y en este terreno, no hay dudas, ni Susana Macaya ni sus deslumbrantes trabajos deben enfrentar rival alguno: el cielo y la tierra, son sus testigos perennes.